Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre aquel que amó, vivió, murió por dentro y un buen día bajó a la calle: entonces comprendió: y rompió todos sus versos.
Así es, así fue. Salió una noche echando espuma por los ojos, ebrio de amor, huyendo sin saber adónde: adonde el aire no apestase a muerto.
Tiendas de paz, brizados pabellones, eran sus brazos, como llama al viento; olas de sangre contra el pecho, enormes olas de odio, ved, por todo el cuerpo.
¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Angeles atroces en vuelo horizontal cruzan el cielo; horribles peces de metal recorren las espaldas del mar, de puerto a puerto.
Yo doy todos mis versos por un hombre en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso, mi última voluntad. Bilbao, a once de abril, cincuenta y tantos
MUY LEJOS
Unas mujeres, tristes y pintadas, sonreían a todas las carteras, y ellos, analfabetos v magnánimos, las miraban por dentro, hacia las medias.
Oh cuánta sed, cuánto mendigo en faldas de soledad. Ciudad llena de iglesias y casas públicas, donde el hombre es harto y el hambre se reparte a manos llenas.
Bendecida ciudad llena de manchas, plagada de adulterios e indulgencias; ciudad donde las almas son de barro y el barro embarra todas las estrellas.
Laboriosa ciudad, salmo de fábricas donde el hombre maldice, mientras rezan los presidentes de Consejo.- oh altos hornos, infiernos hondos en la niebla.
Las tres y cinco de la madrugada. Puertas, puertas y puertas. Y más puertas. Junto al Nervión un hombre está meando. Pasan dos guardias en sus bicicletas.
Y voy mirando escaparates. Paca y Luz. Hijos de tal. Medias de seda.
Devocionarios. Más devocionarios. Libros de misa. Tules. Velos. Velas.
Y novenitas de la Inmaculada. Arriba, es el jolgorio de las piernas trenzadas. Oh ese barrio del escándalo... Pero duermen tranquilas las doncellas.
Y voy silbando por la calle. Nada me importas tú, ciudad donde naciera. Ciudad donde, muy lejos, muy lejano, se escucha el mar, la mar de Dios, inmensa.